Marzo 2016. Les Carroz. Juantxo Barriola, de 82 años y natural de Leitza (Navarra), recorre las calles de este tradicional pueblo francés a los pies del Mont Blanc. El silencio se apodera de él. Muchos gestos. Muchas miradas. Muchos sentimientos que no se pueden verbalizar. Ni falta que hace. Hasta aquí le ha acompañado su hija Mari Jose, que se pregunta qué estará pasando por la cabeza de su padre después de tantos años. Le mira y se emociona. Se emocionan. Sabe que el documental que tiene entre manos va a ser el mejor de los homenajes que puede hacer al héroe de su vida: su padre.

Mari Jose es la más pequeña de tres hermanos. Desde muy corta edad, recuerda subir al monte, junto a su padre, con el caballo y un carro para recoger madera o helecho y después hacer la cama del ganado. Su infancia la recuerda en la cocina de su casa de Leitza, alrededor del fuego. Allí hacía la vida toda la familia. Y allí empezó a escuchar,  al sonido del crujir de la madera con el fuego, las primeras historias de Les Carroz y otras enseñanzas y valores que sus padres inculcaron a todos sus hijos: el esfuerzo, el trabajo y el sacrificio.

De esfuerzo, de trabajo y de sacrificio sabe mucho Juantxo. Con solo 6 años, y con el burro, una cesta y otros niños del pueblo, ya subía a los montes navarros en busca de leña para venderla o para calentar la casa de sus padres en invierno, para la huerta o para hacer los utensilios de labranza. Muchas noches ni bajaban a Leitza y se quedaban a dormir en el monte, en chabolas. Por la mañana, por la tarde y por la noche comían habas; y limpiaban la ropa en un río, y sin secarse muchas veces, se la volvían a poner.

Con 14 ó 15 años y escapando de la penuria, muchas cuadrillas se marchaban a trabajar a los montes de Francia. Juantxo lo hizo con 18 años. Decía que en su pueblo natal tenía trabajo para todo el año pero comida solo para medio.  Corría el año 1953. Y Juantxo ponía rumbo a los Alpes franceses. Allí, un pequeño pueblo, Les Carroz, le esperaba para envolverle y atraparle de tal manera que, aunque consciente de que estaba pisando una tierra desconocida, la sentiría como propia y especial, muy poco después.

Aquí se dedicaron a limpiar los árboles de  la estación de ski: adecentaban los terrenos, talaban los árboles y plantaban otros nuevos. Pero no lo hacían de cualquier manera. La luna y las mareas dictaban cuándo y cómo había que talar. Mari Jose tiene grabadas a fuego esas mil y una historias contadas por su padre en su niñez. Recuerda cómo cuando la marea iba subiendo, su padre le decía que no podían tirar los árboles. Y es que si la luna es capaz de mover las mareas, ¡cómo no va a mover los líquidos que hay en el interior del tronco de un árbol!

Francia le cambió la vida. Mejoró sus condiciones laborales y podía enviar dinero a su familia en Leitza. Pero el trabajo de limpieza en la estación de ski se acabó y toda la cuadrilla tuvo que emigrar a otro pueblo a limpiar otro monte. Un pueblo cualquiera de los Alpes. Pero a Juantxo le llamaba Les Carroz. Y le llamaba tan fuerte que abandonó su querida cuadrilla, y, solo en un taxi y con lágrimas en los ojos, regreso a él. Encontró de nuevo trabajo: en una serrería, alrededor de la madera otra vez. Sentía que aquel era su lugar en el mundo y ahí quería quedarse. Pero el destino le tenía preparado algo más para él.
En  1961, el hermano de Juantxo fallecía en Leitza. Y regresó al pueblo navarro. Vio el panorama: su cuñada sola, con dos niños de 2 y 4 años, deudas, el ganado… Y Juantxo se preguntó: ¿cómo voy a volver a Les Carroz? La vida es un viaje y da muchas vueltas y se quedó en Leitza. Acabó casándose con su cuñada. De este matrimonio nació Mari Jose.

Mari Jose viene aprendida de casa. Es viva como el fuego que le cobijó en su niñez, y ágil para escuchar no sólo con los oídos, sino con los ojos y el corazón. Siempre le han interesado las historias narradas por los abuelos y las abuelas en torno a la madera. No es periodista sino ingeniera agrónoma, profesora y responsable del área de madera de TKNIKA, centro de investigación e innovación para la formación profesional. Pero de ese férreo afán de entrevistar a los mayores, a los que de verdad saben, y de nutrirse de tanta sabiduría popular, surge su proyecto: Gutik zura. Sabe que tiene que haber mucho de bueno en esa madera sin tratar de los caseríos o de los pilares de las iglesias para que, 400 ó 500 años después, siga sana. Sabe que antaño tenían mucho cuidado a la hora de talar los árboles y cómo hacerlo. Pero no existe material didáctico de todo esto.

El documental Gutik zura nace con el objetivo de socializar el valor que han tenido, tienen y tendrán las relaciones de los bosques, la madera y la sociedad vasca; recuperar la sabiduría popular que hay alrededor de este material y; paralelamente, rendir un homenaje a su padre y a tantas y tantas personas que han trabajado por y para la madera. Muchas profesiones que desgraciadamente ya han desaparecido: carboneros, balleneros, ebanistas, artesanos, leñadores, cortadores de troncos, transportadores de madera…

Gutik zura realiza un viaje desde la antigüedad al futuro, mostrando esa relación entre la persona y la madera. Una combinación de historia y de historias, de vida y de vidas particulares que sienten muy de cerca esa unión. Mucha carga emocional.

Por delante de las cámaras desfilan también las hermanas Anita y Felipa Aierdi, de 80 y 82 años. Con el ánimo alegre y la mirada limpia, recuerdan su juventud manejando el hacha a diario. Las mujeres. Las grandes olvidadas. Las que se quedaban solas, sin luz y sin apenas comida, a cargo del caserío, los niños, el ganado cuando sus maridos tenían que emigrar.


Las manos de Miguel Mindegia delatan su pasado de aizkolari. Un plano transparente, de una belleza natural y de gran impacto visual.
Mari Jose Barriola, alma mater de este documental, añora el pasado y recuerda que los recursos se agotan, excepto la madera, el único elemento primario que nos ofrece la naturaleza y que es inagotable. Abriga esa necesidad de recuperar la madera, y de sentir esa unión con el monte que se ha perdido. Y grita abiertamente que, de cara al futuro, la madera tiene la apuesta ganada por el tema de la sostenibilidad.

En Astigarraga Kit Line lo sabemos porque la madera es nuestra vida, nuestra razón de ser. Mari Jose nos coloca como referente al ver la transformación desde que nuestro padre, Juan José Astigarraga, abriera un pequeño taller para hacer caballetes de madera, hasta lo que somos en la actualidad. Y nos define como empresa pero también como personas, verdaderas personas con valores. Y nos damos cuenta que los valores que nos inculcaron nuestros padres son los mismos que los que los padres de Mari Jose inculcaron a sus hijos: el esfuerzo, el sacrificio y el trabajo.
Marzo 2016. Alpes franceses. Juantxo, Mari Jose y el equipo de grabación van en el telesilla que les tiene que subir a esos montes que Juantxo conoce de memoria. Pero la niebla les juega una mala pasada. Hay un punto en el que no se puede subir más. Aquí es cuando sale el carácter noble y amable de la gente de los caseríos, y Mari Jose pide como deseo subir. Y se le concede. Y en segundos y a los lomos de una moto de nieve, todos alcanzan la cima.
La grabación del documental continúa. Juantxo Barriola apura sus últimos pasos ya por las calles de su tan querido pueblo francés, Les Carroz. Han pasado casi 60 años desde la primera vez que lo pisó. Las palabras siguen sin brotar de sus labios. Solo al final, en la despedida, el silencio se rompe. ‘Les Carroz, volveré’, suspira. Y volverán para mostrar el documental. Los dos solos. Juantxo y Mari Jose Ibarrola. Padre e hija.