Durante el día nevaba y durante la noche helaba. Día y noche. Día y noche. Por eso la nieve no se iba nunca. En febrero de 1956, una ola de frío siberiano atravesó Europa y abrazó también al pueblo guipuzcoano de Azkoitia. Allí en la casa Iglesia, conocida como Madariaga, situada en la parte alta del monte, vivía Juan José Astigarraga. Un joven de 22 años que ya llevaba meses rumiando la idea de seguir los pasos de su padre: ir a América a cuidar ovejas. Su gran afición. Su pasión.

En el mismo monte, pero en la zona baja, más cerca del pueblo, vivía Joaquín Egaña, en el caserío Egurbide. Las temperaturas alcanzaron los -10º. Casi dos metros de altura de nieve, hacía muy complicado cuidar del ganado. Así es que el padre de Juan José bajó y pidió al de Joaquín que le guardara las ovejas.

Bendita helada. Bendita nevada que hizo que Juan José aparcara su sueño de hacer las Américas y se quedará en Azkoitia. “¿América? ¡América estaba aquí! Con esa terrible helada, se secaron todos los pinos y había mucho trabajo que hacer en los bosques de aquí”, recuerda perfectamente Joaquín, aunque hayan pasado ya 62 años.

Joaquín y Juan José se llevan una década, son amigos, de los de verdad. Carne y uña. Hermanos no de sangre pero sí del alma y del corazón. Son forestalistas en el más amplio sentido de la palabra. Siempre han trabajado en los bosques. No conocen otro oficio. Siempre juntos. En todos los lados. En los montes. Y fuera de ellos: vacaciones compartidas con las mujeres e hijos, cenas y los concursos de arrastre con bueyes. “No me explico cómo después de meter tantas horas en los montes, aún teníamos tiempo para entrenar a los bueyes. Durante 10 años, arrasamos en todos los concursos”, recuerda Joaquín.

Los dos están jubilados, en  teoría claro, porque Joaquín aún se echa al monte todas las tardes. Camina por los bosques y “vigilo a los chavales” -susurra-. Esos mismos montes de los que con 15 años Joaquín y Juan José ya sacaban hayas y robles, maderas muy cotizadas entonces para fabricar muebles y para los astilleros. “Cargábamos a mano y después los bueyes arrastraban las carretas con los troncos”, recuerda Joaquín.

Así, de lunes a sábado, de 6 de la mañana a 7 de la noche. Sí, más de 12 horas. Trabajo, trabajo y trabajo. Monte, monte y monte. Bosques, bosques y bosques. “No nos importaba trabajar. Del roble y la haya pasé a plantar pinos y hacer entresacas. En las plantaciones hay que separar los pinos e ir quitando los enfermos, los que ves que no van a crecer, los que no tienen futuro. Y luego había que cuidar, cuidar y cuidar el terreno”, explica Joaquín. Después, trabajó como maderista cargando a mano camiones y transportando la madera. Y más tarde, ya se pudo comprar, junto a Juan José y otro socio, un camión con grúa. “Antaño cargábamos bastante los camiones. Un día pasamos por Zegama y antes como tendían la ropa en la calle, el camión se llevó un tenderete entero. Nos dimos cuenta cuando llegamos a la serrería”, recuerda Joaquín entre risas.

También rememora el primer monte que compraron los dos, junto a otro socio: “Fue un monte de Deba. Las cosas no salieron como pensábamos por culpa del tercero”. Pero acabaron bien: “Juan José me dijo: ‘Tú y yo nos vamos a cenar’”. Y así lo hicieron. Porque antes no hacía falta un contrato para sellar un acuerdo. “Antes el contrato para adquirir un pinar era un apretón de manos. Respetábamos eso. Nos dábamos la mano y nos íbamos a cenar”, asegura Joaquín.

La vida de Juan José ha sido paralela a la de Joaquín en el sector forestal. Empezó con el roble y la haya y después con el pino. Cargaba a mano los troncos. Comía de los perolos de potajes que su mujer le preparaba, a él y a toda la cuadrilla del bosque, y muchas noches se quedaba a dormir en los bosques.   Una casualidad. Un impago de un taller hizo que Juan José se topara con un ingente sobrante de madera. ¿Cómo aprovechar toda esa materia? A Juan José se le ocurrió fabricar caballetes. Primero en una chabola alquilada sin puerta. Era 1983 y muy poco después ya en un taller, y en otro taller y estanterías y botelleros.

Hoy Joaquín es el fundador de Egurbide, y Juan José, junto a su hija Itziar, los cofundadores de Astigarraga Kit Line. Astigarraga gestiona sus propios bosques de pinos Insignis. Egurbide se encarga de extraer la madera de estos pinares y transportarlos a las serrerías donde se convierten en tablas. Éstas llegan a Astigarraga y es aquí donde se fabrican los muebles de madera maciza de pino. Al frente de las dos empresas, está la segunda generación. Mikel, Jokin  y Ainhoa son los hijos de Joaquín. Los de Juan José: Itziar, Izaro, Izaskun y José Juan. El mismo nombre al revés. Y la misma pasión. Y las mismas ganas. Y la misma responsabilidad social.

Joaquín añora cuando iba con Juan José a ver los bosques. Pero no es el único. José Juan también: “Antes iba con mi padre. Yo empecé hace 8 años. Ellos son mis profesores. Desde lejos ya saben si un pinar es bueno o no. Para eso se necesita experiencia, experiencia y experiencia. Lo que ellos me dicen, vale más que lo que yo diga”.

“Cuidamos los bosques mediante podas muy selectivas”, señala José Juan. “Cuando tienen entre 40 y 45 años de edad, antes de que mueran, extraemos la madera. Al tratarse de terrenos con mucha pendiente, es complicado pero nos aseguramos de que las pistas no sufran”, añade Joaquín. José Juan asegura que tiene “un compromiso personal. Moralmente no puedo talar y dejar el bosque sin árboles. Tengo que volver a plantar. Hay que potenciar la reforestación. Planta lo que quieras (haya, roble, encinas, pinos…) pero planta”. En Astigarraga se aprovecha el 100% de los pinos (las cortezas se convierten en biomasa y el serrín y las astillas se destinan a las papeleras) y, lo más importante,  se regenera y se repuebla el 100% de los bosques. Y es que detrás de cada persona que disfruta de un mueble de madera en casa, hay otra plantando un árbol en los bosques.

En todo este tiempo, es necesario ir saneando el bosque, quitando las malezas y talando los pinos dañinos para asegurar el correcto crecimiento del resto de los pinos. “No solo es plantar, hay que limpiar los pinares para que los árboles crezcan sanos y evitar que las zarzas y los helechos se comen las plantas pequeñas y maten el terreno” , explica Joaquín, a lo que José Juan añade: “Se hace un cerramiento en la parte inferior de la plantación para proteger las plantitas, y se forman hileras”.

De esta manera se cuidan los bosques, los montes y el medioambiente, asegurando una producción sostenible y un aprovechamiento máximo de la madera de los árboles. Gracias a este férreo compromiso, desde 2005 Astigarraga Kit Line dispone del certificado PEFC. “Este certificado asegura que gestionamos los bosques de una manera sostenible y que nuestra madera está certificada y es respetuosa con el medio ambiente. Creemos que tener una conciencia medioambiental es indispensable”, aclara José Juan. Un certificado que permite dibujar un presente y futuro mejor para los bosques.

Dicen que año de nieves, año de bienes. Y aquella intensa ola de frío del 56 trajo un bien, el más preciado: la amistad de Joaquín y Juan José, forjada en las montañas. En los bosques del Urola.

– “Para mí, amigo amigo, es Juan José. Conocidos muchos, pero amigo, él”, sentencia emocionado Joaquín.

– “¿Habéis discutido alguna vez?” – pregunta José Juan a Joaquín.

– “No”, responde rápido, sin dudar.

– “¿Hay algún día que no hayáis hablado vosotros?”, sigue preguntando José Juan.

– “¡Qué va! Estamos todo el día juntos y por la noche aún nos seguimos llamando por teléfono”, contesta Joaquín con una sonrisa.

Es verdad: siempre juntos. Trabajando mucho pero también divirtiéndose. Hoy es 21 de marzo y desde Egurbide y Astigarraga Kit Line nos unimos a la celebración del Día Internacional de los Bosques. Porque somos naturaleza. Vivimos la madera. Cuidamos y protegemos nuestros bosques. Este es nuestro pequeño homenaje a dos personas, dos amigos, dos forestalistas que aman la naturaleza y que conocen los bosques como la palma de sus manos: Joaquín Egaña y Juan José Astigarraga. Por ellos, somos lo que somos.